Justiça distributiva



O habitual artigo de opinião semanal de Miguel Santos Guerra. Uma grande lição de vida! Vale a pena ler.


Hace cierto tiempo me contaron una historia que tiene su miga. Ocurrió en una Facultad universitaria. Tiene que ver con la justicia distributiva. Dos profesores compartían el mismo despacho y atendían en él a sus alumnos y alumnas en las horas de tutoría. Movidos por la situación de otros colegas que disponían de un despacho unipersonal, decidieron solicitar del Departamento el correspondiente permiso para construir un tabique y dividir el despacho en dos partes. La excusa era que se estorbaban. La verdad era que no se llevaban bien. Podían organizar sus horas de atención a los alumnos y alumnas combinando mañanas y tardes o días alternaos de la semana. Pero, no. Pidieron la separación. El Departamento dijo que sí.

En ausencia de su colega, el interesado (nunca mejor dicho) llamó a los servicios de la Universidad, mostró el permiso e indicó a los albañiles por dónde deberían construir el tabique y por dónde tendría acceso el nuevo despacho. Hizo una división muy original. Dejó una parte más amplia e iluminada y la otra más pequeña y oscura. Él eligió de manera descarada la mejor parte y en ella colocó sus libros, su ordenador y sus pertenencias. En el despacho contiguo colocó las cosas de su… compañero.

Cuando regresó el profesor ausente y se encontró con el desaguisado dijo que no estaba dispuesto a aceptar el arbitrario reparto. Y llevó al Departamento la solicitud de que se hiciera una nueva división de común acuerdo o a cargo de una persona independiente. Hubo una discusión. Algunos decían que no se podía dilapidar el dinero haciendo, quitando y volviendo a poner. Otro dijo que si eran tan diferentes los despachos podrían sortearlos: Alguien propuso que alternasen por años la posesión de los despachos.

Intervino entonces el Director del Departamento y propuso una solución al conflicto del reparto. Pidió que se votase.

- Antes de decir en qué consiste mi propuesta, dijo, quiero contar algo que me paso siendo niño . Un día mi padre me dijo: Divide ese pastel para tu hermano y para ti. Hice una división tan escandalosa que, cuando me disponía a coger el trozo visiblemente más grande, mi padre me dijo: Espera, no te precipites. Tú ya has hecho una tarea muy importante que es la tarea de dividir. Ya que has dividido `para dos hermanos, quiero suponer que lo has hecho con justicia. Pues bien, tu hermano va a realizar ahora otra tarea no menos importante que la tuya, va a elegir la parte del pastel que más le interese. Ya suponéis lo que eligió mi hermano y el ridícujlo trozo de pastel que me tocó a mí.

Lo que sigue se puede imaginar fácilmente. El Director, ante los miembros del Departamento que escuchaban entre atónitos y divertidos, concluyó.

- Pues bien, fulanito ha hecho una tarea importante, que es dividir el despacho en ausencia de su colega. Ha dividido para dos compañeros que tienen los mismos derechos por lo que quiero pensar que ha procedido rectamente. Mi propuesta es que ahora su compañero realice la otra tarea complementaria, que es elegir la parte del despacho que más le interese.

Se votó con el resultado que se supone. Sólo un voto en contra. El compañero que inicialmente fue agraviado con el reparto injusto está disfrutando del egoísmo de su colega en la parte más amplia e iluminada del espacio.

Sabia decisión. Coherente decisión. Merecido castigo. En las instituciones hay quien trata de sacar siempre tajada de aquello que dice o hace. Hay quien no da puntada sin hilo. Resulta desesperante ver cómo todo lo pretenden transformar en beneficio aunque causen daño a los demás.

Pocas veces se encuentran con la ingeniosa decisión que cierra este relato y que hizo exclamar a quien conocía bien a los actores: “Merecido se lo tenían los dos. Uno el premio, el otro el castigo”.

Siendo niño, tenía un profesor que escribía sentencias en el encerado. Permanecían una semana expuestas a la consideración de todos. En una ocasión, el profesor escribió lo siguiente: “Lo mejor y lo primero, para mi compañero”. Un avispado escolar quiso hacer una gracia, cambió la coma de lugar (aunque olvidó el acento en el posesivo). Lo que quedó escrito fue lo siguiente: “Lo mejor y lo primero para mí, compañero”..

Conté la historia de los despachos en una reunión de amigos. Años después supe que una familia que estaba allí me llamaba “el pacificador”. Dijeron que aquella solución había terminado con las peleas de sus dos hijos cuando iban a repartir alguna cosa fraccionable. Loa padres les preguntaban:

- ¿Quién quiere dividir?

El que se encargaba de hacerlo ponía el mayor empeño en que hubiese dos partes exactas. Sabía que él se iba a quedar con la que no eligiese su hermano. Aunque la envidia es muy mala consejera. No me extraña que en algún caso, cuando le llegase al segundo protagonista la hora de elegir, acabase diciendo:

- Yo quiero el de mi hermano.

Comprenderá fácilmente el lector (o lectora) lo que sucedería en el mundo si todos nos hiciésemos firmantes de la segunda sentencia del encerado de aquella clase de. mi juventud. Cada uno a lo suyo, cada uno contra todos en su propio beneficio. Qué horrible mundo. Qué mundo tan poco ético y tan antiestético.

Afortunadamente hay personas que se empeñan en vivir según el primer lema. Que se desviven, literalmente, por conseguir el bienestar del prójimo, sin tener en cuenta que quien las observa pueda tacharlas de tontas en el marco de esta cultura neoliberal, de individualismos exacerbados.. Porque no existe una frontera nítida entre la bondad y la ingenuidad, entre la generosidad absoluta y la plena estupidez.

In El Adarve (8.8.2009)

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