A sabedoria da experiência

Embora um pouco longa, não resisto a transcrever quase integralmente o artigo semanal de Miguel Ángel Santos Guerra (29.12.2007). Uma lição da qual podemos colher a sabedoria da sua riquíssima experiência de vida como educador e pedagogo.
Pasado mañana cerraremos la última página del año. Un libro más (o uno menos, según se mire) de esa peculiar colección de libros que es la vida. ¿Qué hemos aprendido de la experiencia, de lo que ha sucedido, de lo que nos ha pasado? “Estar vivo es algo más que no estar muerto”, dice Allan Percy. Muchas de las cosas que han acontecido han sido las mismas para todos, pero no a todos nos han hecho aprender lo mismo. No a todos nos han hecho siquiera aprender.
(…)
Voy a poner en cuestión el conocido refrán castellano que afirma que “la experiencia es la madre de la ciencia”. Decía Cervantes por boca de Don Quijote: “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas”. No siempre. Hay refranes cargados de torpeza y mezquindad: “piensa mal y acertarás”, “por la caridad entró la peste”, “la letra con sangre entra”, “ande yo caliente y ríase la gente”, “vale más pájaro en mano que ciento volando”, donde las dan las toman”… No siempre de la experiencia se aprende y, cuando se aprende, a veces no son ideas y sentimientos positivos.

Hay quienes son embrutecidos por la experiencia y quienes sólo aprenden de ella falsedades, estereotipos y perversiones. Algunos, por contra, son enriquecidos e iluminados por el paso de los años. ¿De qué depende esta doble posibilidad? De la capacidad de análisis, de la apertura de la mente, y de la magnanimidad del corazón.
Decía Martin Luther King: “Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí la segunda”. Ahí está la clave, a mi juicio. En cómo se responde a lo que nos pasa. En cómo se comprende lo que pasa. “La experiencia no es lo que sucede, sino lo que hacemos con lo que sucede”, dice Aldous Huxley. (Citado por Alex Rovira y Francesc Miralles en su reciente libro “El laberinto de la felicidad”).
Hace unos años pregunté a mis alumnos de la asignatura ‘Evaluación de alumnos, centros y programas’ cuál había sido lo más significativo que habían vivido en la evaluación recibida a lo largo de sus años escolares. Publiqué, sobre aquellas contestaciones, un artículo titulado ‘Escrito en la piel. Aprendizaje sobre evaluación a través de la experiencia’. Las respuestas no pudieron ser más inquietantes. Dolor, angustia, frustración, miedo, estrés, represalias, comparaciones, injusticias… Cuando esos alumnos sean profesores, ¿evitarán todo aquello que describen como negativo? Su experiencia ha sido dolorosa pero, ¿realmente han aprendido? ¿Serán capaces de no repetir los errores que otros cometieron con ellos?
Lo que nos da a todos la experiencia, de forma inexorable, son años. No nos da, automáticamente, sabiduría. No nos da, sin más ni más, compromiso con la acción y solidaridad con las personas más desfavorecidas. Para que la experiencia se convierta en sabiduría (que, etimológicamente tiene que ver con saber y con gustar, ya que el verbo saber procede del latín “sapere”=saborear) hacen falta varias exigencias:
- Capacidad para observar con rigor lo que sucede. Hay personas que pasan por la experiencia sin enterarse de nada, sin aprehender sus significados, sin descubrir los hilos invisibles que se mueven “entre bastidores”.
- Capacidad para analizar críticamente lo que sucede, comprendiendo los significados, las causas y las consecuencias. Existe una forma de entender la realidad que la considera ahistórica, es decir que no depende de decisiones humanas. Como si las cosas fuesen como son porque no pudiesen ser de otra manera.
- Voluntad para asimilar en la propia historia aquello que se ha descubierto. La actitud positiva hacia el aprendizaje es un componente ’sine qua non’ para que se produzca un aprendizaje significativo.
Me sorprende sobremanera la facilidad con que se repiten los errores habiendo sido víctima de ellos. Hijos que han sufrido incomprensión se convierten en padres que no hacen esfuerzo alguno para comprender a sus hijos. Pacientes que han sido maltratados por la insensibilidad de los médicos y que luego se convierten en médicos insensibles. Alumnos que han sido objeto de evaluaciones rígidas, autoritarias, irracionales y que luego se convierten en profesores que practican una evaluación irracionalmente autoritaria. ¿Cómo es posible que en tan corto tiempo se haya olvidado todo lo que se ha vivido?
La experiencia es una forma más de conocimiento, sí. Hay cosas que aprendemos en los libros y otras que aprendemos en la vida. Pero no se aprende automáticamente de la experiencia. Prueba de ello es que algunos, a medida que van haciéndose mayores, van haciéndose más escépticos y más cínicos. La experiencia no les ha enriquecido, les ha destrozado.
Hay quien es capaz de aprender incluso, y sobre todo, de las situaciones adversas. Dice un poema japonés: “Al recoger las piedras que me lanzaron, vi que una era una joya”. Qué hermoso arte en la vida personal y profesional es el saber convertir dos signos menos en un signo más. Dos errores, dos desgracias, dos tropiezos, pueden ser manejados de manera que podamos aprender, fortalecernos y crecer. Lo decía Oscar Wilde: “Experiencia es el nombre que damos a nuestros errores”.
Pronto llegará un nuevo año. Habrá en él felicidad y dolor, alegrías y tristezas. Ojalá podamos aprender de la nueva experiencia que se nos brinda. “Transformar una experiencia en conciencia, en eso estriba ser persona”, decía André Malraux. Y eso se puede hacer de forma reposada y silenciosa, sin grandes alardes. Hace más ruido un árbol que cae que un árbol que crece. Te digo con Pitágoras: “Prefiere el bastón de la experiencia al carro rápido de la fortuna. El filósofo viaja a pie”. (…)

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